sábado, 27 de septiembre de 2008

CAMINOS CONVERGENTES (Brasil y Argentina)

El sertao, esa tierra árida, de pobres muy pobres y latifundistas tan poderosos como sanguinarios, fue pintado en los sesenta por Glauber Rocha, uno de los máximos exponentes del Cinema Novo de Brasil. En Dios y el diablo en la tierra del sol, Rocha plantea el dilema de una pareja de campesinos que huye después de matar a un latifundista.

Rocha fue testigo de esa época en que la contrarrevolución militar encabezada por el general Humberto Castelo Branco diferenció a Brasil de otras dictaduras pronorteamericanas de los '60 en Latinoamérica.

Pero especialmente muestran qué distintos encuadres tenían Brasil y Argentina ya en ese entonces. Castelo Branco había sido uno de los coroneles que comandó a los 25.000 brasileros que se sumaron a los aliados en el desembarco en Italia. Es más, Brasil había declarado la guerra al eje y había prestado territorio para bases norteamericanas.

El alineamiento internacional de Brasil fue radicalmente distinto al de Argentina que, a principios de los '40, tuvo a la decadente oligarquía probritánica dividida entre neutrales, aliadófilos y simpatizantes del Eje.

La llegada al poder de Juan Domingo Perón puso al país como un emblema de la Tercera Posición, mostrando cómo podía desarrollarse una incipiente industria pesada y hasta se podían fabricar aviones y tener una política de Defensa al margen de las grandes potencias.

Desde ya, pasada una década del fin de la guerra, cuando los EEUU vieron que la reconstrucción europea lo permitía, el caso argentino estuvo en la agenda: el golpe del '55 fue el comienzo del fin de cualquier intento de soberanía económica. Aunque algunos podían ver similitudes entre Castelo Branco y el también pronorteamericano Juan Carlos Onganía el curso de los acontecimientos mostró que ambos países iban en direcciones muy distintas.

Por el lado de Brasil, porque los militares eran protagonistas de la modernización. Querían encarnar lo que se conoció como el Milagro Brasileño, una combinación del sentimiento imperial expansionista que está en el origen mismo del país, con un fuerte impulso a la industria.

Los militares querían el desarrollo, tenían un mercado laboral que apenas tenía agitadores y líderes sindicales combativos pero que, de ningún modo, contaba con la fiereza del peronismo y que tenía una cantera de nordestitos desesperados de hambre que constituía un ejército de reserva para mantener los salarios bajos. El intento de Onganía de cooptar sindicalistas para el modelo autoritario duró muy poco.

A fines de los sesentas, Brasil y Argentina vivían bajo dictaduras militares. Sólo que una incubaba el modelo de consolidación de una burguesía que se modernizaba, que dejaba que los pobres muy pobres tuvieran ese espíritu festivo del jogo bonito y la música a flor de piel, que perseguía pero no tanto a los poetas, músicos, cineastas e intelectuales enemigos del régimen, que no eran tan peligrosos porque no eran un eslabón de la resistencia como sí lo eran en Argentina.

Lula

Desde ya que comparar países no es sencillo y las semejanzas y diferencias entre los dos socios más grandes del Mercosur no se agotan en estos párrafos.

Ya advertía José María Rosa la gran diferencia entre la aristocracia que gobernaba desde Río de Janeiro los destinos de Brasil a mediados del siglo XIX y la oligarquía argentina que comenzó a consolidarse después de Caseros y que dejó su impronta en la misma Constitución de 1853.

Quisieron los hilos de la historia que fuera un muchacho nacido en el sertao, hijo de una familia pobre nordestina que, como tantas, migró a San Pablo a mediados de los '50, el que hoy dirija los destinos de Brasil. Luiz Inácio Da Silva era un muchachito que lustraba zapatos y que pudo capacitarse como tornero en un instituto similar a los colegios industriales de Argentina.

Lula, como lo apodaron años después, comenzó a trabajar como metalúrgico apenas antes del envión del Milagro Brasilero. Y cuando la Argentina vivió el Cordobazo, Lula tenía apenas 23 anos y era electo secretario general de una seccional de San Pablo del sindicato metalúrgico.

Años después, cuando en la Argentina se perdió casi completa una generación de dirigentes y luchadores, Brasil seguía en dictadura pero con una burguesía diversificada y un Estado que podía virar a la democracia sin que hubiera una confrontación violenta.

Algunos de los militantes de los sesentas perseguidos en Brasil deambularon en la clandestinidad por varios países latinoamericanos. Uno de ellos es Marco Aurelio García, y es uno de los principales allegados a Lula.

Se puede decir que Lula celebró el día de la Independencia de Brasil como un estadista completo.

Hace un mes recibió al presidente de la Asamblea General de la ONU, Srgian Kerim, en Pernambuco, donde el canciller Celso Amorín reclamó una vez más una plaza en el Consejo de Seguridad.

Por entonces también hizo un guiño a los países más poderosos, cuando en la Ronda de Doha, los brasileros se mostraron por lo menos tibios a la hora de reclamar mejores condiciones comerciales para los países periféricos.

No se puede pensar en esa clase empresarial a la que aludió Cristina Fernández (con franqueza) sin pensarla como un resultado histórico, como parte de una identidad de un país de inmensos desequilibrios y desigualdades pero que marcha por un camino plagado de estímulos y esperanzas.

Para los argentinos que lucharon, Lula es un par, un ejemplo. Y Marco Aurelio un conocido de los años de derrotas.

Para los argentinos que quieren un Mercosur fuerte, la integración con Brasil es una realidad en marcha.

Para los argentinos que todavía creen en los milagros de la especulación financiera, deberían sacar las cuentas y ver que ese llamado Milagro Brasilero fue la acumulación de desarrollo industrial, tecnológico y de inversión de capital nacional y no la instalación de una factoría extranjera.

Si las vueltas de la historia dejaron a la Argentina sin suficientes jugadores para armar un proyecto nacional no fue por falta de identidad o de vocación.

Posiblemente la foto del domingo pasado, donde la Presidenta argentina fue la huésped de honor del presidente brasilero se debe a que hay muchos más actores en escena desde las pampas de lo que algunos creen.

A no dudarlo, a esa ubicación se llega por acumulación de aciertos y no por una foto aislada. Sepamos reconocernos no sólo en las diferencias, sino en las posibilidades.

Por Eduardo Anguita

Miradas al Sur 14/09/2008