Para algunos, el gobierno de Lula es lo más parecido a una versión brasileña del mejor peronismo. Por primera vez en la historia, la clase media de Brasil supera la mitad de la población económicamente activa. Entre la movilidad social, la bonanza económica y la decepción de quienes le critican sus preferencias por el capital financiero, el líder del PT ingresa en sus ¿dos últimos años de mandato? Ultima parte del informe especial de ZOOM iniciado con "Mi mejor enemigo" y "No hay mejor defensa".
"Dios cuida a todos los países, pero parece que decidió vivir en Brasil", dijo hace poco el presidente brasileño Luiz Inacio Lula Da Silva, luego de festejar que la situación económica brasileña es la mejor de las últimas cuatro décadas.
Faltan dos años para que Lula deje el poder y, a pesar de los cuestionamientos, la experiencia de gobierno del Partido de los Trabajadores que él fundó en 1980 y del que fue candidato presidencial en las elecciones de 1989, 1994, 1998, 2002 y 2006, muestra algunos signos de movilidad social que le permiten abordar, por primera vez en su historia, qué hacer frente a todo lo que falta. Una tardanza que se lleva las peores críticas de muchos que invirtieron más de dos décadas para instalar un gobierno popular en Brasil. Clase media, la mitad más uno Los datos confirman que, en los 6 años de gobierno petista, tres millones de brasileños que habitan en la media docena de grandes áreas metropolitanas pasaron a integrar el grupo de "clase media emergente". Por primera vez en la historia la clase media supera la mitad de la población económicamente activa, alcanzando el 51,84%. Pero eso no es todo: la pobreza cayó desde 2002 de 34,93% a 25,16%. Según la Fundación Getulio Vargas, la clase media brasileña pasó de 44,19% de la población en abril de 2002 a 51,89% en abril de 2008. Según los analistas, ha sido el resultado de una decidida transferencia de ingresos hacia los sectores más pobres, pero tremendamente insuficiente para una población que supera los 193 millones de habitantes. Para el periodista y analista internacional Raúl Zibechi, durante su primer gobierno, “Lula transfirió 10 mil millones de reales anuales (unos 4 mil 500 millones de dólares) a los más pobres mediante el programa Bolsa Familia. Pero transfirió 10 veces más (45 mil millones de dólares anuales) a los acreedores de la deuda pública. O sea, al capital financiero”. Ya no es un secreto que la gran banca brasileña fue el sector más beneficiado de su gobierno, bajo el que alcanzó las mayores ganancias de su historia. También fue el principal donante de la campaña electoral del PT. Según los datos difundidos por la justicia electoral, de los 45 millones de dólares que gastó el partido en la campaña de Lula, casi 5 millones provinieron de la banca. Posiblemente, los mismos sectores impulsen la nueva reelección de Lula en 2014. Lula não tem fin La Constitución brasileña impide dos reelecciones y Lula, electo en 2002 y 2006, no podrá postularse en 2010. Sin embargo, “la burguesía nacional brasileña”, esa de la que se habla tanto en la Argentina, plantea organizar un grupo que respalde el retorno. Una idea que, por lo demás, fue sugerida por Lula en entrevistas a la prensa. Entre los impulsores de la iniciativa también están Beto Sicupira, de la cervecera InBev, y Abilio Diniz, titular de la cadena de supermercados Pao de Azúcar, la mayor de venta minorista de capital brasileño. Parece mentira, pero el principal candidato que fue electo por representar a los trabajadores, ahora es el preferido de los empresarios. "Brasil ha tenido otros momentos interesantes, pero este es extraordinario", señaló Otávio Vieira, director ejecutivo de banca privada en el Banco Safdie, de propiedad suiza, que ha visto crecer su portafolio en 150% desde 2006. Cada vez son más los observadores que concluyen que el gobierno de Lula es lo más parecido a una versión brasileña del peronismo en su mejor momento, un proceso que la décima economía del mundo está experimentando por primera vez. Nunca antes en la historia del Brasil se puso en marcha un proceso de asistencia social de las dimensiones actuales y, aunque es insuficiente, su implementación ha permitido consolidar y multiplicar la base social de un presidente que ya es tratado como una estrella de rock. Lula fue elegido en octubre de 2002 con unos 53 millones de votos y reelegido cuatro años después con 58 millones. Sin embargo, su maquinaria está compuesta por una corporación política que permite dimensionar la dura convivencia entre el Brasil de las nuevas perspectivas para millones de postergados, y el Brasil de los contrastes casi escandalosos, donde habitan las fuerzas políticas que, bonanza mediante, tratan de sofisticar su feudalismo. Según un estudio del diario Folha de Sao Paulo, uno de cada tres diputados es millonario, es decir que declararon un patrimonio superior al millón de reales: medio millón de dólares. El diario revela que los diputados millonarios pasaron de 116 en la anterior legislatura a 165 en la actual, lo que supone un crecimiento de 40 por ciento. Para Zibechi, “la integración del parlamento es apenas un reflejo de la política económica de Lula. Las 200 mayores empresas, en general grupos económicos oligopolizados vinculados al mercado externo, crecen a un promedio de 7,2 por ciento anual. En tanto, la economía brasileña crece apenas 2,6 por ciento.” Oro negro Brasil tiene una nueva joya, submarina, y Lula quiere retirarse el 31 de diciembre de 2010 con un nuevo modelo petrolero para el país, un punto de inflexión desde que en 1953 el mandatario Getulio Vargas lanzó la consigna "El petróleo es nuestro". Con el mayor hallazgo de petróleo en el mundo desde 1976, a Brasil le alcanzaría para ser miembro de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Lula ya aclaró que rechaza la idea de un estado con collares dorados de nuevo rico, sino que apuesta al modelo noruego, que aplica los dividendos del crudo para sustentar el sistema del estado de bienestar escandinavo. La idea oficial no es exportar crudo, sino generar derivados del petróleo. En Brasil, la ley petrolera de 1997 abrió el camino para la explotación de empresas extranjeras, a la vez que convirtió a Petrobras en una empresa mixta con cotización en Wall Street: 60% de la empresa brasileña pertenece a accionistas privados, la mayoría estadounidenses. El hallazgo de oro negro potencia una política de estado desarrollista, cuyo avance ha sido lento, pero que registra una inflación del 6,5%, una tasa que preocupa a quienes trazan las políticas monetarias, pero que está en el menor nivel entre los principales mercados emergentes. Por su parte, el desempleo se situó, en julio, en 8,1%, de acuerdo con el informe difundido por el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística. Los números son menores al nivel de 9,5% que se registró en julio de 2007. Si esta perspectiva se mantiene, Brasil será en 2030 el quinto mayor mercado consumidor y la octava mayor economía del mundo por el valor de su Producto Interior Bruto (PIB). De acuerdo con el estudio, basado en el histórico de los indicadores económicos en los últimos 57 años en 100 países, el PIB brasileño crecerá a un promedio del 4 por ciento anual y saltará desde los 963.000 millones de dólares en 2007 hasta 2,4 billones de dólares en 2030. Esa expansión del 150 por ciento ayudará al país a ascender desde la décima posición en la lista de las mayores economías del mundo hasta la octava. Asignaturas pendientes Pero nada de eso será posible si el Planalto no enfrenta la deuda más vieja del estado brasileño: la reforma agraria y la entrega de tierras a los sin tierra. Hace poco, cientos de militantes de la organización Vía Campesina ocuparon tierras y plantas hidroeléctricas en 10 estados brasileños, en el contexto de una jornada de protestas "contra los oligopolios" en la agricultura. Para ellos, hasta que nada cambie, la necesidad es "denunciar los problemas causados al país por las grandes empresas, especialmente extranjeras, que son beneficiadas por el agronegocio y la política económica neoliberal" de Lula. También hay otros problemas. La flexibilización de las relaciones laborales, recomendada por muchos como condición para superar el alto índice de informalidad, no parece una solución. Los últimos datos, y la enorme proporción de despidos anuales comprueban una gran flexibilidad, ya que "el costo del despido no inhibe" la acelerada rotación de empleados. La otra muestra de las enormes deudas pendientes fue reflejada hace pocos días, cuando fue divulgado un informe de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre ejecuciones arbitrarias, sumarias o extrajudiciales, elaborado por el relator especial Philip Alston, que visitó Brasil durante 11 días en noviembre de 2007. La visita recorrió tres ciudades para examinar la política de seguridad, la violencia policial, el sistema carcelario, la acción de grupos de exterminio, la violencia en el campo y en contra de pueblos indígenas. Según el informe, en Brasil suceden aproximadamente 48 mil muertes por año, haciendo que el país tenga una de las mayores tasas de homicidios del mundo. Datos de 2006 señalan que la tasa de homicidios del país es cerca de dos veces superior a la media mundial, con 25 homicidios por cada 100 mil habitantes. La media mundial es de 8,8 muertos cada 100 mil habitantes, no incluyendo las muertes relacionadas con las guerras. Estas características son, para muchos miembros del PT y del movimiento Sin Tierra, parte de una gran desilusión. Para el activista del Movimiento de los Sin Tierra Ricardo Gebrim existe una explicación frente a semejante desazón: "El PT fue el gran instrumento político que se conformó en Brasil en los años de ascenso de la lucha popular, a final de los años setenta y ochenta. Lula tuvo un gran mérito, como líder de los trabajadores metalúrgicos, y protagonizó una gran lucha con mucha fuerza de atracción; pero en esos años también cambió la dirigencia del PT y las ideas de transformación radical fueron sustituidas por ideas más inmediatistas. Por eso el gobierno de Lula mantuvo la misma política económica que Fernando Henrique Cardoso: no produjo ningún cambio en la cuestión agraria, en el derecho de los trabajadores, e incluso mantiene las políticas de retirar derechos y descalificar a los grupos que están en lucha. De ahí viene la gran decepción en los sectores que se mantienen en la lucha popular". Por Carmelo Paredes
Publicado en Revista Zoom|17-09-08